El motivo de la permanencia editorial
Efrén Calleja Macedo
¿Para qué permanecemos los editores si ya vivimos los tiempos de la autopublicación? ¿Para qué sirve lo editorial cuando todos reclaman el legítimo derecho a ser leídos, escuchados y valorados sin intermediarios? ¿Para qué insistir en un oficio aparentemente rebasado por la tecnología, la urgencia y lo “natural”? ¿Para qué producir libros físicos cuando se vive tan cómodo en lo digital? Mi respuesta es breve: para editar a Camila Krauss.
Es decir, para dejar testimonio de que la palabra siempre puede recobrar su dignidad. Para darle un punto de confluencia a las memorias. Para decir que hemos perdido muchas cosas pero mantenemos la humanidad. Para llorar por lo que nunca quisimos oír. Para descubrir los reflejos bajo nuestras pérdidas. Para reencontrarnos a tropezones. En resumen, para sobrevivirnos en el ritual de leer poesía.
Digo esto convencido de que con la obra de Camila Krauss uno aprende a leer. No hablo de distinguir una letra de otra o de engarzar palabras para comunicarnos con claridad utilitaria. Eso ya lo hacemos lastimosamente bien. Me refiero al acto lector como recordatorio de vida, catálogo de afectos, suma de afecciones y ronda de projimidades.
En este contexto, editar a Camila Krauss permite asumir la privilegiada obligación de darle carnalidad a la poesía, entregarle el cuerpo a la voz y generar un organismo que les estorbe físicamente a todos los convencidos de que el lenguaje sólo contiene órdenes, ausencias, mentiras o clichés.
Aceptar esta tarea implica materializar elementos que no modifiquen el sentido autoral ni alteren la obligada legibilidad; exige revelar la potencia editorial de la poesía sin diluir el pundonor de la escritura. En ese objetivo desembocan la poética de Camila Krauss, las extraordinarias ilustraciones de Iván Mejía, el diseño rizomático de Benito López y las aspiraciones de los editores.
El resultado es En las púas de un teclado.
Esta obra nos convirtió en funambulistas sobre un alambre de poemas que pinchan, desgarran y rompen mientras nos congregan, consuelan y contemplan.
Al final del trayecto, me gusta pensar que los lectores de En las púas de un teclado refrendarán su inalienable derecho a poseer versos exitosos, en el sentido que lo definió Flusser:
¿Qué significa que un verso es exitoso? Significa un enriquecimiento de la lengua, pero de ningún modo un empobrecimiento de lo inarticulable. La lengua se expandió, pero el caos no disminuyó. La poesía aumenta el territorio de lo pensable, pero no disminuye el territorio de lo impensable.[1]
Como cierre, sólo me queda decir que por esta poesía y por sus lectores permanecemos los editores.
Muchas gracias.
Mariana Estrella, librera de La Chula Foro Móvil/El Festival de La Semilla/UACM San Lorenzo Tezonco, marzo 2018
Las estacas de este pueblo
Antonio Calera-Grobet
Llama fuertemente este libro a leerse igual como pensamiento que como poesía, al menos en un primer acercamiento. O bien como poesía contemporánea que, plantada bien en su terreno, se desviste con seguridad de los complejos que la restringieron como panfleto o arte comprometido. Y por eso también es crónica, es denuncia, establecimiento en silueta de arte de una posible cartilla moral. O si se quiere, visto de otra manera: versos impregnados de una suerte de recontrato social.
Porque si bien lo que aquí se expone va con sus medidas bien cortadas, con la percha de lo que cualquier lector pudiera denominar como poema, en su desenvolvimiento de versos, su cadencia, no se levanta sólo sobre la base de la eufonía porque, aunque por supuesto podría hacerlo, no quiere mantener una relación laxa con sus referentes. Y tal vez por una sencilla pero pesada razón: que en este decir más pegado al periódico, a la agenda personal asimilada a la social, un grito que reclama, ya en el paroxismo por sus derechos, los referentes somos nosotros mismos. Y si bien luego de su parábola más o menos abierta en toda poesía el remitente y el destinatario de los mensajes es el mismo, en este caso se trata de una frontalidad contundente, menos esperanzadora o más punzocortante, que no puede más que adjetivarse como crucial. Nos dice, Camila a los lectores, la población a sus asesinos, los ciudadanos a los gobiernos que no gobiernan y los funcionarios que no funcionan, que no nos daremos más permiso para olvidarnos de lo fundamental: que el destino continúe, se postergue la llegada del último cataclismo.
Por eso podría decirse que este “En las púas de un teclado”, solicita de manera rotunda, la intervención no de un lector sino del ciudadano que lo contiene en las cosas del querer. Porque se pide amor en este libro. Es la palabra ausente pero es amor lo que se quiere llevar a las corazas. Se pide amor al ciudadano para rescatar su lenguaje y por ello su pensamiento y su humanidad.
Y habría que decir que también pica la conciencia de quien lo lee. Insiste en la herida y eso cala, taladra. Tales puyazos para el develamiento de lo que sucede, tales estacas en la piel del ciudadano que la lee, claman, indirecta pero permanentemente, por el advenimiento de cierta luz que terminará por iluminar el camino del ciudadano-lector en su cultura-paso por el mundo, apurará la limpieza de su mirada y serán más: un llamado a la acción.
Va a contrapelo, es belicoso y libertario este libro, y equivale a un acta que incita a la movilización de cuerpos y sus espíritus en pos de una tajante fulminación de la muerte por la vida, el aniquilamiento de la muerte humana sobre su mera cosa biológica. Y no pide limosnas, no apuesta a mendigar por una mera supervivencia sino que reclama una cosa profunda de asimilación y reeducación de los que se hagan de su mensaje.
Así, en este libro que lleva por nombre “En las púas de un teclado”, es decir, en las púas de todos los teclados, de todos los tableros, de todos los artificios y sus hacedores, como en otros casos de la literatura actual hecha en este territorio, puede identificarse una poesía que, dada la defenestración de la cultura, el estado de podredumbre social de los habitantes de este país, tiene claro que, a pesar de contar con el derecho de desoír lo que acontece, dejarse embobinar por el arte puro, no sólo deja pasar tal posibilidad (es decir que Camila Krauss como artista niega el caballo para esa huida), sino que defendería hasta las últimas consecuencias el cuidado de esa voz. A saber: una voz crítica que, a manera de fuente en la plaza pública, quiere plantar su surtidor ahí, es decir, en el meollo de la cotidianidad, a ras de piso, suelta y por ello de res pública, abiertamente popular en este preciso instante, y que quiere, repito, gritar, aullar que nos están matando y con ello también el lenguaje, también acribillando así el pensamiento, la vida misma.
Podría denominarse como “anticanto” o canto oscuro por tratarse de un marasmo que pretende, por el contrario, limpiar. Iluminar. Ralentizar, dice Krauss, desalambrar, quitarnos las puyas de los ojos para ver cómo es que se ha devastado el paisaje, parar y ver, quitarnos las púas con los alicates de la palabra poética. Y el resultado es que el mensaje se entrega (y eso lo podrá corroborar o comprobar cada lector en su lectura íntima de la obra), se logra, la comunicación se logra desde el clamor de la herida. Porque si el lenguaje está herido es porque primero lo estuvo la vida misma. Es un claro basta. Basta al derramamiento de sangre y las vejaciones, hasta aquí la persecución y secuestro, la violación de los cuerpos, los idos y desaparecidos y vueltos a aparecer, destazados, embolsados o fundidos en ácido. No más. Esas son las banderas de este libro que, no por ello y ahí su mérito, deja de ser un libro de poemas, de poesía sobre lo que vivimos.
En cuanto a su aspecto material, hay que decir que salta a la vista la elaboración de un libro muy orondo, saludable en sus huesos y bien elegante, cosa que no es común divisor de todos los libros independientes nacidos en el país. Ni siquiera en nosotros. Trae buena pinta, pues, este producto de letras inflamables, de imágenes revueltas para asentar el ojo, ilustrar la hecatombe, un enjambre de líneas y rayas y nubes negras junto a una bruma de información, metáfora pequeña de la confusión generalizada que hay ahora en nuestras cabezas, autoría por cierto de Iván Mejía, todo empaquetado por una portada y una diagramación de Benito López Martínez.
En Mantarraya Ediciones y en LACANTI, coeditores de este libro, estamos de festejo porque estas obras que son hibridaciones de antropologías, sociologías, historia de la mentalidades, de la sexualidad, cosa mezclada entre testimonio, la atroz biografía del poder arrasador dey hasta de pintura o fotografía que retratan el momento histórico que nos asfixia, son las que consideramos pares, las más complementarias y por ello fundamentales. Hay pues que brindarnos como lectores a la escritora Camila Krauss por abrirnos su denuncia, su consuelo, su pliego petitorio, íntimo y público a la vez, suyo y de otros, todos, tejido de su mano, triste y al mismo tiempo enardecido, por la llegada de un tiempo en que podamos vivir en paz.
Presentación y lectura con La Chula Foro Móvil durante la FIL Zócalo 2018
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