Escribo florecer y pienso en los jardines que cultivé. Los tuve que dejar. Un jardín no es algo con lo que te mudas. Ni si quiera un patio, no un balcón.
Escribo florecer y empiezo a imaginar un funeral en las pequeñas islas de sus pensares y en cuatro funerales ficticios y ochos fichas del tablero para jugar con lo que tengo que decir. Por fin se mueren todos y esto se acaba. ¿Qué eres cuando no eres Carry, ni Maléfica, ni la viejecita de calcetines hasta la rodilla estoica como la abuela de Úrsula K. Le Guin ni Las Tesis?
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“Las verdaderas mujeres trascienden ese anhelo o sólo son trabajadoras”. [Transcribo. Una cita sin fuente].
Un virus ni si quiera es trabajador, es apto y en eso consisten sus mutaciones.
Tu inteligencia humanoide vale menos que 3.14159265359
“Adaptarse o morir”
Haber logrado el sustento… La flor
La flor no es la flor es galaxia.
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¿Yo empecé a odiar a los 11,
aunque fui consciente después?
Primero la vejez,
luego la enfermedad y la muerte.
Aunque eran mi padre, luego mi cuerpo,
después mi hermano, también mi madre,
alguna amiga, un pariente y mi psicólogo
envestidos de
el tótem, Mara o las deidades incisivas de este padecimiento
el humano odio.
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En un sueño me permito sentir un mundo donde no hay amor. No cosas, no palabras, no ideas, nadie recibe ni da, no hay amor y estamos confinados. No da miedo, me da furia.
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Con mi voz y mi cuerpo delibero. Yo también puedo hacer que las cosas cambien, hacer aparecer y desaparecer a voluntad esto y lo otro, en el sueño y la vigilia, en sus contados instantes. Mis dientes y mis encías no son las de un bebé indefenso. Mi voz suena y se hace oír. Si preguntan, responde. Si ha hablado, escucha con atención. Si las respuestas son insuficientes pide información y pistas claras, exige que se repitan en lo necesario. Así transito. El Tiempo está a mi favor y se desdobla conmigo.
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